Estás llorando. ¿Te pasa algo? La estación está llena. ¿Quieres consuelo? ¡Mierda! Nadie hace nada. Es como si estuvieras sola, frente muñecos grises, sin rostro, perplejos. Una masa sin alma. Amebas que se dejan llevar por la rutina. ¡Malnacidos! Te ignoran, y lo sientes. Lloras con más fuerza. Te puedo escuchar. Cubres tu rostro. Te golpeas, queriendo despertar y no puedes. Estas aquí, en medio de la nada, en una muchedumbre vacía. Sola. Una con tu dolor, tu única compañía. Lo sabes y la idea te corrompe. ¡Por Dios! Quiero abrazarte, consolarte. Tu llanto destroza mi alma. Quisiera secar tus lágrimas, tomarte en mis brazos, darte calor, pero la masa me aleja más de ti. Lucho, trato de avanzar, pero no puedo. Estoy a pocos metros. Te pones de pie, sigues llorando. Estoy más cerca. Corres empujando a todos. Ingresa el tren, y tú te vas con él.Ya es tarde, y ahora, si ahora, todos te ven. Tu llanto será su condena. Tu llanto fue mi adiós.
23 may 2011
11 may 2011
Amor Perro
Te quiero, aunque me hayas cambiado. Sí, te quiero y no te olvido. No me importa que ya no me mires, que no me hables. Igual te quiero. Extraño tus caricias, tus miradas, tus juegos, tu sonrisa. Cuando pasas por mi lado, mi corazón late muy rápido. Me animo. Pero tú no me tomas en cuenta. Soy como invisible. Pese a ello, igual te quiero. No importa que él sea menor que yo. Siempre que quieras, ahí estaré. Sé que estoy viejo, casi moribundo, pero mi amor sigue más vivo que nunca. Porque tú eres mi amo y aunque me hayas cambiado, siempre moveré mi cola para recibirte.
8 may 2011
Simpleza
La miró de reojo y su pulso aceleró. Se ubicó muy cerca de ella. Temblaba de nervios, pero se controlaba. Era necesario. No podía perder esta oportunidad. La quiso abrazar, pero no pudo. Sus brazos no respondían. Le quiso mirar los ojos y su cabeza no se movía. Su cuerpo no respondió. Pero que grande es la simpleza del ser humano. Una mirada, un abrazo, un sonrisa. Sólo eso le bastaba para ser feliz. Quería sentirla, acariciarla, nada más. Deseaba tomar su mano, pero no pudo. Cuando al fin se decidió, ya era tarde. Aquella mujer que tanto quiso, ya no estaba, se había esfumado en la complejidad de su propia fantasía.
Madre
Siempre imaginé cómo sería este día. Cómo me saludarías, qué me regalarías. A veces me desconozco. ¿Habrás provocado ese cambio? Cuando era niña nunca pensé que estaría en esta posición. Yo quería disfrutar la vida, no preocuparme de nada, ser feliz. Pero apareciste. Mataste mis ilusiones. Me hiciste caer. Me sentí sola, acabada. Cada movimiento tuyo, era una agonía para mi. No resistía más. No podía cargar contigo. Extrañaba mi libertad. Hoy es distinto. Cierro los ojos y te veo feliz. Creciendo junto a mí. Regalándome una sonrisa, un dibujo, una rosa, un abrazo. Diciéndome Mamá, te amo. Abrazando mis faldas, sollozando en mi seno. ¿Seré capaz de parar todo esto? ¡No! ¡Paren por favor! ¡Paren! Maldita sea, ya no tengo salida. El arrepentimiento se disuelve en mis lágrimas. Tu grito se ahoga en la desdicha de mi vida.
3 may 2011
Encuentro
Ahí estás otra vez. Cruzas la calle como de costumbre, con un paso muy acelerado y cabizbaja. ¿Que piensas? ¿Por qué no miras a los ojos? ¿Ocultas algo? Camino a tu lado y es como si yo no existiera. Acelero mi paso, me devuelvo, te enfrento, y no reaccionas. ¡Qué rabia! Llevo un par de meses observándote, estudiando cada uno de tus pasos, y no logro descubrirte. He intentado hablarte. He comido en el mismo restaurante, al lado tuyo. Ya sé qué comes de lunes a viernes. Que bebes Coca Cola normal y que te encanta el kuchen de manzana. ¡Y tú! Si, tú, no te das cuenta. A veces creo que te asusto, por eso no me hablas. Pero he disimulado bien. Te he visto y eres así con todos. Creo que deberé tomar acciones más arriesgadas. Sí, ahora camino con paso decidido. Te enfrento con toda velocidad. Tú estas ahí, en aquella esquina donde sueles oler las rosas. Quizás la única deferencia que tienes con el mundo. Estoy a pocos metros tuyo. Me hago el distraído, choco contigo y boto tus papeles. Me avergüenzo. Los cojo, te los entrego, me miras, te acercas y dulcemente me dices al oído "Gracias, Armando". Siempre lo supiste.
2 may 2011
Blues
Paseo Ahumada. 12.30 de la tarde. La masa se mueve sin dirección. El calor no agobia la carrera. El gentío no pierde su tiempo. No descansa. Eterna peregrinación de una humanidad sin rostro, gris, cabizbaja, programada para caminar y llegar a destino. Hombres cegados por sus individualidades, aislados en la multitud. Sin ver, ni escuchar, ni sentir. Nada. Sin embargo, en medio de ellos alguien ríe. Si, ríe. Un viejo que goza con este gran espectáculo. Le gusta estar con la gente. Baila, salta, juguetea, pero nadie lo ve. Con dificultad avanza hasta una esquina. Lo acompaña su perro, fiel compañero, su verdadero hermano. Y su bastón, regalo de Iris, su antigua enfermera y eterna enamorada.
Aún sonriendo por la escena que presencia, saca de su bolsillo esa vieja armónica que alguna vez le regalara su padre en la antigua finca. Testimonio de esa gran promesa. El juramento de ver en medio de la oscuridad, con cada uno de sus acordes. De crear mundos e iluminar su alrededor. Así, llegó la música. Cada una de las notas, de las armonías que salían de aquel instrumento coloreaban el paisaje de las masas. Un blues acelerado y pegajoso que convocaba a la masa a dejarse llevar por el sonido del alma, mirándose por primera vez a los ojos. Si hasta las palomas salían de su letargo y acompañaban al viejo, mientras animaba con más energía su melodía. El Paseo se llenó de colores. La masa se volvió humanidad, abrió sus ojos y se entregó al baile. Un jolgorio de antología, digno de las mejores postales parranderas. En medio de la algarabía, el viejo dejó de tocar, pero la música quedó en el aire, en el corazón de cada sujeto. Acompañado de su fiel lazarillo, el viejo se arregló sus anteojos negros y se marcho sonriendo, tarareando su canción y siguiendo el ritmo con su bastón. La misión estaba cumplida, los había hecho ver.
Aún sonriendo por la escena que presencia, saca de su bolsillo esa vieja armónica que alguna vez le regalara su padre en la antigua finca. Testimonio de esa gran promesa. El juramento de ver en medio de la oscuridad, con cada uno de sus acordes. De crear mundos e iluminar su alrededor. Así, llegó la música. Cada una de las notas, de las armonías que salían de aquel instrumento coloreaban el paisaje de las masas. Un blues acelerado y pegajoso que convocaba a la masa a dejarse llevar por el sonido del alma, mirándose por primera vez a los ojos. Si hasta las palomas salían de su letargo y acompañaban al viejo, mientras animaba con más energía su melodía. El Paseo se llenó de colores. La masa se volvió humanidad, abrió sus ojos y se entregó al baile. Un jolgorio de antología, digno de las mejores postales parranderas. En medio de la algarabía, el viejo dejó de tocar, pero la música quedó en el aire, en el corazón de cada sujeto. Acompañado de su fiel lazarillo, el viejo se arregló sus anteojos negros y se marcho sonriendo, tarareando su canción y siguiendo el ritmo con su bastón. La misión estaba cumplida, los había hecho ver.
1 may 2011
Tacones Rojos
Sentada en la estación, no tenía ganas de hablar. Estaba anocheciendo y parecía no tener deseos de irse. Así estuvo durante varias semanas. Callada. Sumergida en su interior, con la vista perdida, esperando el renacer en su corazón. Aquella banca era su refugio. Allí pasaba horas y horas mirando a la nada. Una que otra vez, le hacían compañía. Pero ella no respondía. Estaba allí esperando. Vestido y velo negro. Medias caladas y tacones rojos. Como si regresara de un funeral. En un eterno luto, sentada en la estación, donde lo despidió. Con el tiempo, pasó a ser parte del paisaje. Palomas y gorriones le hacían compañía. Los vecinos ya la traban de loca, y la ignoraban. Pero ella se mantenía allí, inquebrantable, aferrada a un pequeño pañuelo que presionaba contra su pecho. Sus labios habían perdido su color. Sus mejillas ya no sonrojaban y su cabellera no brillaba. Habían pasado ya varios meses.
Un día, escuchó su nombre. No lo creyó. Al segundo llamado, lo confirmó. Se levantó, dio media vuelta y lo vio. Sí, era él. Aquel amor que despidió hace ya un año por las guerras del norte. Los colores volvieron a ella. Su brillo, su ternura, todo. Corrió a toda velocidad y abrazó a su amado. Un beso retenido por el tiempo selló el feliz encuentro. Él la tomó de la mano y emprendieron el largo viaje de regreso. En la banca de la estación, mientras tanto, aún yacían los tacones rojos, en los pies de una moribunda mujer que, ahora, sonreía.
Condena
¿Estás bien? ¿Te pasa algo? No te logro ver bien. ¿Por qué lloras? ¿Te hicieron algo? Que ganas de saber, de abrazarte, de consolarte. Quiero sentirte, secar tus lágrimas, mirarte a los ojos. ¿Qué pasa? No puedo verte. No te vayas. Me avergüenza alcanzar tus ojos. ¿Qué dirá el resto? ¿Con qué excusa me acerco a ti? Desde acá puedo oler tu perfume. Me encanta. Puedo sentir tus sollozos. Me rompes el corazón. Que ganas de tomarte y acariciar tu pelo. !Desgraciados! Nadie hace nada. ¿Por qué estás así? ¿Quién te hizo esto? No sigas por favor. ¡Maldición!, te has ido otra vez. Te busco y no te encuentro. ¿Te llamo? Pero ¿cómo? No sé tu nombre. Estoy tocando fondo. ¡Dame una oportunidad! Te lo ruego. ¡Ah!, ahí estás de nuevo. Menos mal. Te veo un poco más tranquila. Yo también lo estoy. Perdida en medio de este vagón has desahogado tus penas. No te preocupes, pues yo soy la solución. Sí, lo he decidido. Te hablaré, y te juro que seremos felices. Pero, qué. !NO! ¿Te bajas? ¿Ahora? ¿Aquí? No lo hagas por favor. ¿Qué haces? Pasas por mi lado, como si no existiera. Me duele. Te vas sin decir nada. Sólo el reflejo en el espejo cruza nuestras miradas. Tus ojos son mi condena.
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