26 abr 2011

Se enamoró la morena

¡Baila morena esta cueca que por mi amor te voy a tomar!... Empezó a cantar el Marcelino mientras las chiquillas sacaban a bailar a los clientes. -Ejá- gritó don Pelayo que con su fiel pipeño tañaba en su mesa medio curado. En un rincón, la Ramona se reía con un vejete, mientras la Jacinta le hacia ojitos a Manolito, el pije que se quería hacer hombre. Y así empezó la segunda... Todos se levantaron a bailar. La pista se llenó en un abrir y cerrar de ojos. Las chiquillas empezaron a gritar y a mostrar lo suyo. Contorneando sus hombros y levantando sus polleras fueron conquistando el deseo y el bolsillo de sus clientes. Así se armaron las parejas. Entre vuelta y vuelta, las mujeres tomaban a los más vivarachos para iniciar su "trabajo".


Empezó la tercera... Todas alcanzaron pareja. Incluso la Josefa agarró lo suyo y eso que ya hace 10 años que había dejado las pistas. Mientras el Marcelino punteba su guitarra, la Teresa se quedaba sola en el plató. La "Tere", como la llamaban sus colegas, era la más joven y hermosa del local. Con una voz privilegiada, dejaba a todos los clientes alucinados con sus cuecas y boleros. Esta no sería la excepción. Así comenzó a actuar. ¡Te quiero más que a mi vida! alcanzó a cantar y una mirada penetró sus ojos. La Tere se bajó del proscenio, sacó su pañuelo y caminó hacía aquel moreno que la esperaba entre una verdadera neblina de humo. Lo observó de arriba hacia abajo, como quien mira la mercadería nueva. Con actitud desafiante caminó entorno a él y lo invitó a bailar. El moreno aceptó sin vacilar. Vestido de una colorida camisa roja y con un sombrero que apenas dejaba ver sus ojos, sacó su pañuelo y esperó la primera vuelta. ¡Ay al vivaracho se lo llevó el Mandinga cabro caramba!, empezó a canturrear el Marcelino, mientras la pareja iniciaba sus primeros movimientos.

Mirándose fijamente a los ojos empezaron la media luna. Ella con su pañuelo en el hombro y él con su mano en el bolsillo construyeron una danza inundada de erotismo y sensualidad. Al rozar sus cuerpos, cada uno podía sentir el calor del otro. En cada vuelta, sus labios se llamaban mutuamente. Pese a ello, y al deseo inquebrantable de Teresa de poder mirar nuevamente los ojos de ese moreno, la oscuridad empezaba a ocupar el lugar. ¡Caramba ay el Mandinga enamoró a la morena! cantó el Marcelino y empezó el remate. Pensando en que ya tenía a aquel hombre, La Tere se dio media vuelta y buscó el brazo de su moreno. Pero no lo encontró. Entre toda la oscuridad que ya dominaba el local, Teresa se hayó sola. No había señales de su moreno. Solo un pañuelo en el piso, el único recuerdo de aquel sujeto que penetró su corazón.

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