1973, agosto. En la pista de baile eras la mejor. Tus
movimientos seducían a cualquiera. Tu cabello que, como un pañuelo al viento, danzaba por si solo en cada uno de tus giros.
Tus ojos siempre cerrados, disfrutando cada uno de los acordes que sacudían tu
alma. Ese sonido que te hacía morderte los labios, que despertaba tus deseos
más profundos, en esa cálida noche de discoteca. Esas pequeñas gotas de sudor
que recorrían tu piel, que helaba al
tacto y que propagaba ese perfume que embriagaba sólo son una pequeña porción
de su fragancia. Nada te molestaba, eras tú, la danza y esa música que penetraba
cada uno de tus músculos, seres vivos autónomos que vibraban al son de bajos,
guitarras y sintetizadores. Sí, nada te importaba. Todos los sábados estabas
ahí. Tu blusa floreada, minifalda y esas botas de largos tacones que suavemente recorrían las pista, tal como
la aguja sobre el disco en la tornamesa. ¿Qué será de ti dulce bailarina de mis sueños?
Septiembre, 1973. Todo ha cambiado. Las luces, la música, la risa, la danza,
tus ojos, tu cuerpo, tu cabello, tu aroma, todo se apagó. ¿Dónde estarás disfrutando del único amor que
has tenido? Que ganas de ser ese sonido, de ser la corchea que penetra tu alma
y corazón. Camino por la Avenida Central. ¡Sorpresa! Veo tu rostro, tu fotografía
en el matutino. Todo es silencio. Tu aroma, dulzura y pasión se perdieron en el impregnante hedor
del odio y la pólvora.
16 ago 2013
23 abr 2013
Timidez

Miradas cómplices
Se cruzan con timidez
Sin saber qué hacer
Si escapar o volver.
Pierden el tiempo
Ojos escondidos
Esperando respuestas
En ese oscuro vacío.
Oscuro vacío, ay si
Mi vida, la timidez
Barrera fría
Entre el amor y el
desinterés.
Rompe la barrera de una vez
Que tu mirada, mi vida, me
hace volver.
14/1/2008
00:45
00:45
18 abr 2013
Expreso Andino
Cuando despertó se vio envuelto en una completa
oscuridad. De cuando en vez, un haz de luz se dejaba ver por una rendija de lo
que parecía ser una vieja puerta de madera. No sabía qué pasaba, solo que era
transportado hacía algún lugar. Yacía desnudo, en posición fetal, sobre un poco de paja. Con
respiración dificultosa, trataba de componerse; sin embargo, el frío carcomía
sus huesos y el dolor no lo dejaba moverse. Estaba mareado y tenía fuertes dolencias en la
cabeza y abdomen. A ello, se sumaba el penetrante hedor que se conjugaba con las
arcadas y los cada vez más continuos espasmos. En un momento, el frío se hizo mucho más intenso,
al igual que ese ruido que, durante toda su conciencia, retumbaba en su cabeza,
con un ritmo universal y repetitivo. De
pronto, todo quedó en silencio. Lo único que se escuchaba era su respiración
que, con el pasar de los minutos, se hacía más dificultosa. Cuando el aliento
ya expiraba, un gran haz de luz entró en el lugar. Tres hombres lo cogieron de
brazos y piernas arrastrándolo hacia el resplandor. Sin poder pronunciar ni una
palabra, las lágrimas nublaron sus ojos
y solo el recuerdo de aquella pelirroja que marchaba junto a él, exclamando
libertad, lo alimentaban de esperanza.
Ahora, yace ahí, junto a otros que pensaban
igual que él, acopiados a un costado de la vieja y abandonada estación del
expreso andino.
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