La conoció en un café del centro a eso de las 8 de la tarde. Estaba mal. Hace pocos minutos había terminado una relación de años y su corazón estaba destrozado. Como era costumbre, a las 6 en punto y después del trabajo, fue al café de la esquina y pidió un Capuchino. Cosa rara ya que siempre acostumbraba a beber un buen café cargado, pero ese día era distinto. Nada tenia sentido para él. Sentado en una rincón y con la mirada perdida en la ventana, su cabeza era invadida por los recuerdos de ese antiguo amor que le corrompió el alma. Así estuvo por un buen rato. El reloj ya marcaba las 7:55 de la tarde y el Capuchino, ya frió, seguía intacto en sus manos. Sin embargo, algo interrumpió su trance. Unos hermosos ojos verdes penetraron su mirada y lo dejaron anonadado. Sentada en su misma mesa y frente a él, una bella mujer le sonrió. -Hola- le dijo. Sorprendido aún, él no emitió ninguna palabra. -¿Por qué no me invitas un café?, prosiguió la mujer. -Eh... Bueno- le contestó, sin saber por qué ella estaba ahí. De este modo dieron las 11 de la noche. Ya solos en el local, ambos continuaron conversando de la vida como dos perfectos amigos. Así fueron viéndose todos los días, a la misma hora, en el mismo café y en la misma mesa.
Luego de tres meses de encuentros, él fue descubriendo que aquella mujer poco a poco iba adueñándose de su corazón. Cada día que la veía, se enamoraba más de ella. De su sonrisa, de sus labios, de su simpatía, de su simpleza, de su alegría. Todo era perfecto para él. Su vieja herida había sanado completamente y tenía más ganas de vivir. Por lo mismo, uno de esos días, la acompañó a tomar la locomoción completamente decidido a declararle su amor. Caminaron por un buen rato sin conversar. Cosa rara pues siempre tenían de que hablar, sin embargo a ninguno de los dos le llamó la atención. Así llegaron al paradero, ella se despidió rápidamente y se subió a la micro. Él, en cambio, se quedó con todas las ganas de decirle cuanto la amaba. No obstante seguía esperanzado. Aun tenía la oportunidad de hablarle al día siguiente. Sin embargo, al otro día ella no llegó. Él la esperó hasta pasadas las 11 de la noche, y ninguna señal de su existencia. Fue al paradero y tampoco estaba. Resignado y pensando en que quizás al otro día si vería a su nuevo amor, caminó por la Avenida Central sin saber que aquella mujer solo era una ilusión.
Luego de tres meses de encuentros, él fue descubriendo que aquella mujer poco a poco iba adueñándose de su corazón. Cada día que la veía, se enamoraba más de ella. De su sonrisa, de sus labios, de su simpatía, de su simpleza, de su alegría. Todo era perfecto para él. Su vieja herida había sanado completamente y tenía más ganas de vivir. Por lo mismo, uno de esos días, la acompañó a tomar la locomoción completamente decidido a declararle su amor. Caminaron por un buen rato sin conversar. Cosa rara pues siempre tenían de que hablar, sin embargo a ninguno de los dos le llamó la atención. Así llegaron al paradero, ella se despidió rápidamente y se subió a la micro. Él, en cambio, se quedó con todas las ganas de decirle cuanto la amaba. No obstante seguía esperanzado. Aun tenía la oportunidad de hablarle al día siguiente. Sin embargo, al otro día ella no llegó. Él la esperó hasta pasadas las 11 de la noche, y ninguna señal de su existencia. Fue al paradero y tampoco estaba. Resignado y pensando en que quizás al otro día si vería a su nuevo amor, caminó por la Avenida Central sin saber que aquella mujer solo era una ilusión.