Cuando despertó se vio envuelto en una completa
oscuridad. De cuando en vez, un haz de luz se dejaba ver por una rendija de lo
que parecía ser una vieja puerta de madera. No sabía qué pasaba, solo que era
transportado hacía algún lugar. Yacía desnudo, en posición fetal, sobre un poco de paja. Con
respiración dificultosa, trataba de componerse; sin embargo, el frío carcomía
sus huesos y el dolor no lo dejaba moverse. Estaba mareado y tenía fuertes dolencias en la
cabeza y abdomen. A ello, se sumaba el penetrante hedor que se conjugaba con las
arcadas y los cada vez más continuos espasmos. En un momento, el frío se hizo mucho más intenso,
al igual que ese ruido que, durante toda su conciencia, retumbaba en su cabeza,
con un ritmo universal y repetitivo. De
pronto, todo quedó en silencio. Lo único que se escuchaba era su respiración
que, con el pasar de los minutos, se hacía más dificultosa. Cuando el aliento
ya expiraba, un gran haz de luz entró en el lugar. Tres hombres lo cogieron de
brazos y piernas arrastrándolo hacia el resplandor. Sin poder pronunciar ni una
palabra, las lágrimas nublaron sus ojos
y solo el recuerdo de aquella pelirroja que marchaba junto a él, exclamando
libertad, lo alimentaban de esperanza.
Ahora, yace ahí, junto a otros que pensaban
igual que él, acopiados a un costado de la vieja y abandonada estación del
expreso andino.